Al tercer día resucitó. Era Mesi el dormilón. Estaba acomodado entre coches de alta gama pero le vino la inspiración. Le pegó unas pataditas al balón, coló la bola entre unos palitos, y la euforia se desató en las gradas. Sus compañeros le mantearon entre gritos de alegría para que ascendiera a los cielos con dios, pero la ley de la gravedad lo devolvía a la tierra una y otra vez. Ya no importa nada que su padre estafara a los españoles unos cuantos millones de euros, ni que el otro brasileño tres cuartos de lo mismo, lo único que importa son los goles y la humillación del contrario. Por cierto, para los de la independencia como Piqué, por si no os habías dado cuenta, Mesi es Argentino, y Neymar Brasileño, a ver si contratáis catalanes para que metan los goles ¡Coño! ¿Es que no tenéis?
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